Biblia profética

 Origen y significado de la palabra Biblia, el libro profético por excelencia

Clemente de Alejandría (c. 150-c. 215) fue el primero en usar la palabra Biblia para designar el conjunto de libros sagrados, que integran las colecciones conocidas como Antiguo Testamento y Nuevo Testamento.

Biblia es una palabra griega que significa “libros”. Al aplicarla a las Sagradas Escrituras, Clemente de Alejandría escribió en griego tá Biblia, que significa “los libros” y no la palabra Biblíon, que significa “libro” en singular.

El origen de ese vocablo fue la planta de papiro, a la que los griegos denominaron búblos y, posteriormente, bíblos, con cuyos tallos manufacturaban papel. Con esa materia prima prepararon los libros que denominaron biblia, en plural. 

En el texto de traducción griega del Antiguo Testamento, conocida como Septuaginta, figura la palabra biblíon (libro), e igualmente la palabra biblia que tiene dos acepciones: como plural (“libros”) y como diminutivo (“libritos”). Ambas palabras aparecen en el Nuevo Testamento: biblíon, “libro” (S. Lucas 4: 17) y biblia, “libritos” (S. Mateo 1: 1).

profecaí y Biblia

Cuando la palabra griega biblia fue adoptada en los textos latinos sufrió una alteración en lo que se refiere a su número gramatical: se usó el singular al darle a las Sagradas Escrituras el título Biblia Sacra. 

En efecto, al plural biblia (“libros”) se le adjudicó erróneamente el significado que correspondía al singular femenino biblíon (“libro”). Como el idioma latín se difundió, (dando origen a las lenguas romances), la palabra Biblia fue considerada como singular latina. 

Por lo tanto, La Biblia llegó a ser equivalente a El Libro, como si se tratara de un solo libro, en lugar de una colección de libros. Ese cambio de sentido fue facilitado cuando se sustituyeron los rollos sueltos de los libros de las Sagradas Escrituras por la colección de todo el conjunto mediante cuadernillos cosidos por el lomo y protegidos por dos tapas que formaron un solo volumen. Además, el título de Biblia, en sentido figurado, resultaba adecuado para señalar el Libro por excelencia que fue inspirado por la Divinidad.

Los hebreos distinguían los libros bíblicos en tres colecciones, que eran denominadas “Ley”, “Profetas” y “Salmos”, tal como lo expresó Jesús (S. Lucas 24:44). En el Nuevo Testamento figuran otras designaciones: “Las Escrituras” (S. Maleo 21: 42), “la Escritura”, que en algunos casos se refiere a un solo libro (S. Juan 13: 18) y en otros al conjunto de los libros inspirados (S. Juan 5:39); “las Santas Escrituras” (Romanos 1:2); “las Sagradas Escrituras” (2 Timoteo 3:15) y “la palabra de Dios” (Romanos 3: 2).

Los libros bíblicos redactados después de Cristo formaron parte integral de la colección de escritos divinamente inspirados. El primer indicio documentado de esa designación figura en la primera epístola del apóstol San Pablo a Timoteo, escrita en el año 64, cuando declaró: “Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario” (1 Timoteo 5:18). La primera cita procede del último libro de Moisés (Deuteronomio 25:4) y la segunda cita corresponde al Evangelio según San Mateo quien recordó esas palabras de Jesús, que también serían citadas en el Evangelio según San Lucas (S. Mateo 10: 10; S. Lucas 10:7). 

Para los cristianos el título Biblia abarca todos los libros sagrados del canon hebreo, redactados desde los días de Moisés, más todos los libros escritos después de Cristo incluidos en el canon cristiano que culmina con el libro de Revelación o Apocalipsis.


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