La verdad y las profecías bíblicas
La meta natural del espíritu humano es la verdad.
Nadie quiere vivir en el error, en la ignorancia, deliberadamente. Si el error subsiste en el mundo es porque se lo confunde o estima como verdad. Creer el error cuando se sabe que lo es parece lo más absurdo que puede existir.
Esa sed natural por la verdad es lo que en el mundo científico ha dado como resultado, tras una larga, incesante y, a veces, dolorosa búsqueda el enorme cúmulo de conocimientos de la actualidad; y en el campo religioso, a las tantas religiones que hoy profesan los pueblos, consideradas por sus respectivos adeptos como la única verdadera.
Pero la verdad científica o religiosa es única y eterna. La composición de la luz, las leyes de la gravedad, o la naturaleza de Dios han sido, son y serán las mismas, aunque los hombres las ignoren, las nieguen o las deformen.
Y no importa cuanto tiempo se haya creído un error, ni cuán venerables sean los hombres o las instituciones que lo sostengan, ni cuan popular o caro a los sentimientos sea, el error seguirá siéndolo, y nadie ni nada podrá transformarlo en verdad.
Por consiguiente, en el terreno científico la ciencia, para ser verdadera, debe coincidir en sus postulados con la realidad de la naturaleza. Una teoría científica no puede ser erigida como verdad mientras no sea confirmada por la comparación con aquel patrón. Del mismo modo, toda doctrina religiosa, para ser verdadera, debe estar en armonía con la naturaleza de Dios.
¿Pero cómo podemos conocer la naturaleza de Dios?
El medio más fácil y seguro sería, lógicamente, la existencia de la propia revelación de la Divinidad al hombre para que éste pudiera tomar conocimiento de ella.
¿Hay una revelación tal?
Los cristianos afirman que esa revelación, la auténtica, está contenida en las Sagradas Escrituras, la Biblia. Que por provenir de la Fuente de la verdad, en ella no puede haber contradicción y, naturalmente, no puede haber tampoco entre la Biblia y toda otra supuesta revelación divina. Porque, de lo contrario, habría que admitir que la verdad no es única.
Las razones de su fe en las Sagradas Escrituras pueden resumirse en las siguientes evidencias de su inspiración extrahumana, que son sólo algunas de las muchas que pueden aducirse a su favor.
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