Las profecías muestran...
SE ACERCA EL FIN DE LA CRISIS HUMANA
Los días que precedieron al 11 de abril de 1961 estaban cargados de presagios intranquilizadores en la costa norte del Golfo de Méjico. Todos los pobladores eran conscientes de que algo iba a suceder.
Súbitamente un aviso radio fónico sacudió a los habitantes de X . . .: “¡Se acerca el huracán! ¡Se acerca el huracán!” Los dramáticos informes meteorológicos confirmaron que se trataba de un hura cán de proporciones gigantescas y de violencia inusitada.
El anuncio por radio fue la señal. Inmediatamente comenzó un éxodo masivo de habitantes hacia el interior, que se alejaban con lo que podían, más atentos a tomar las medidas necesarias para poner a salvo sus vidas que a resguardar sus posesiones. Medio millón de personas evacuaron la zona que, dos días más tarde, fue presa de las infernales garras del fenómeno.
Sembrando destrucción, avanzó rugiendo a 350 km por hora y en poco tiempo redujo a ruinas todo lo que encontró a su paso. Arrastró consigo 40.000 millones de toneladas de agua y dejó sin hogar a 30.000 personas, además de provocar pérdidas materiales por cifras cientos de veces millonarias.
Quizá en ningún otro momento como en aquel se valoró tanto la utilidad de contar con medios capaces de prevenir a la población de catástrofes como la citada.
En nuestros días el empleo de tales medios se está multiplicando a tal grado, que muchas veces todo un plan de viaje o cualquier otra actividad se supedita a lo que digan los informes del tiempo, y no es raro que un simple conjunto de datos aplace proyectos cuidadosamente elaborados.
Ojalá se procediera de un modo semejante en las cuestiones esenciales de la vida. ¡Cuántos sinsabores nunca amargarían la existencia si sólo se hubiera ejercido la prudencia necesaria en el momento oportuno!
Existe una gran semejanza entre un aspecto del ejemplo mencionado y ciertas manifestaciones que se observan en nuestros días. No es necesario abocarse a un examen detenido de las condiciones que se dan en las diferentes actividades del quehacer humano para llegar a la certidumbre de que en nuestro mundo también está por suceder algo.
Pareciera que una atmósfera de tensa expectativa rodease los seres y las cosas. Muchos son los que se preguntan qué significado tienen los portentosos acontecimientos diarios. Pocos los que aciertan a explicarse de una manera lógica y coherente la complejidad de las situaciones imperantes.
¿A qué atribuir las efervescencias políticas y sociales?
¿Hay algo que explique el resquebrajamiento moral y espiritual que se incrementa?
¿Quién resolverá estos problemas, si es que tienen solución? ¿Por qué sucede todo esto?
En un intento por llegar a la médula de la cuestión, sería inútil valerse de las opiniones de sabios filósofos, científicos, políticos o religiosos. Sus respuestas se adecuarían a las miras que les imponen sus profesiones, y no satisfarían el ansia de conocer lo que este tiempo reserva a la humanidad.
Pero donde los esfuerzos del hombre se estrellan impotentes, allí surge poderoso el elemento divino que viene en su ayuda. Nadie puede diagnosticar el carácter de los acontecimientos de nuestro tiempo como no sea Dios, que conoce el fin desde el principio. En su mano están todas las cosas y únicamente por su libro, la Sagrada Escritura, se puede hallar lo que se busca: respuestas certeras y apropiadas para nuestra hora.
Es indudable que nuestro tiempo se caracteriza por lo que Jesucristo denominó con propiedad señales. No se trata de hechos comunes, sino de acontecimientos o sucesos que escapan del marco de lo convencional y perfilan toda una época con trazos inconfundibles.
Refiriéndose a las mismas, el Maestro de Galilea declaró, proféticamente, ya en sus días que en nuestro tiempo las habría muy numerosas y de distinto orden, y que apuntarían todas hacia un mismo suceso: su segunda venida en gloria y majestad. En los siguientes posts mencionaremos algunas de las más notables.
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