Profecías bíblicas y la verdadera ciencia

profecias bíblicas e ignorancia

 EL FUNDAMENTO DE LA CIENCIA VERDADERA


La Palabra de Dios, recelada proféticamente, es el fundamento de la ciencia verdadera. Declara ser la verdad eterna. Pero no es un libro de texto para la enseñanza de las ciencias. Por supuesto, eso no significa que la desconozca. Su finalidad es otra: se dedica a la ciencia de salvar almas. Y, sin embargo, presenta correctamente el origen de la materia, por ejemplo, asunto acerca del cual la ciencia sólo puede formular teorías.

Permítasenos una ilustración: si queremos ver bien lo que está a la distancia, es necesario que usemos correctamente el anteojo de larga vista. Querer probar la Palabra de Dios por medio de la ciencia equivale a mirar con los anteojos de larga vista al revés. 

La visión resulta distorsionada. Sólo obtendremos una buena perspectiva cuando usemos correctamente esos anteojos, es decir, si probamos la ciencia por medio de la Palabra de Dios. Si examinamos la ciencia a la luz de la Santa Palabra, nuestra visión se aclarará y nuestro espíritu captará mil detalles que antes eran imprecisos y brumosos.

Alguien podría preguntarse por qué se ha incluido el libro de Job en el conjunto de libros que componen las Santas Escrituras; pero si comparamos su contenido con los asertos de la ciencia verdadera, comprenderemos perfectamente por qué ese libro está allí. Job, como Abrahán, vivió en la época de los patriarcas. 

En ese tiempo ya había grandes pensadores e investigadores. Job se creía capaz de resolver la mayoría de los problemas científicos de ese entonces, pero cuando Dios lo sometió a un interrogatorio de unas cuarenta preguntas, se vio reducido al silencio. Un buen número de esas preguntas desconciertan a más de un sabio de nuestros tiempos. Si queremos convencemos de ello leamos los capítulos 38, 39 y 40 del libro de Job. He aquí una de esas preguntas embarazosas:

¿Supiste [conoces] tú las ordenanzas [leyes] de los cielos? (Job 38:33).

Mediante esa pregunta formulada hace 3.500 años, la Palabra inspirada proféticamente declara que el universo está regido por leyes naturales. ¡Qué lástima que en lo pasado los hombres se hayan olvidado de Dios y hayan perdido en gran medida el conocimiento de las leyes de la naturaleza! ¡Cuán ignorantes llegaron a ser debido a eso!

Nos sonreímos, por ejemplo, cuando pensamos en lo que se enseñaba como ciencia en Grecia y Roma en la antigüedad. Esa “ciencia” contradecía en casi todo a la Palabra de Dios. ¿Cómo pudo el hombre extraviarse tanto en su investigación de los hechos científicos? La misma Biblia lo explica:

Habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni dieron gracias; antes se desvanecieron en sus discursos, y el necio corazón de ellos fué entenebrecido . . . Se hicieron fatuos . . . Mudaron la verdad de Dios en mentira, honrando y sirviendo a las criaturas antes que al Creador (Romanos 1:21, 22, 25).

Los hombres no quisieron dar gloria al Creador. Adoraron las leyes de la naturaleza y la naturaleza misma. El culto del sol fue resultado de esas enseñanzas erróneas. Los árboles y los animales mismos llegaron a ser objeto de reverencia, y por fin las montañas y las piedras fueron adoradas como dioses. 

Pero mientras los espíritus entenebrecidos estaban dominados por' la superstición, la Palabra de Dios respladecía con la luz de la verdad y dirigía los espíritus de los hombres hacia Dios, su Creador.


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