Más cumplimientos proféticos bíblicos
MÁS PROFECÍAS BÍBLICAS QUE SE CUMPLIERON
Un impresionante cumplimiento de la profecía de nuestro Señor ocurrido el 13 de noviembre de 1833, cuando se, produjo la más maravillosa caída de estrellas fugaces que registra la historia. Las palabras de Jesús se encuentran en S. Mateo 24:29: “Las estrellas caerán del cielo.”En 1833, apareció la última de las señales que habían sido anunciadas por Jesucristo como precursoras de su segundo advenimiento. Jesús había dicho: “Las estrellas caerán del cielo.” (S. Mateo 24: 29.) Y Juan, al recibir la visión de las escenas que anunciarían el día de Dios, declara en el Apocalipsis: “Las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera echa sus higos cuando es movida de gran viento.” (Apocalipsis 6: 13.)
Esta profecía se cumplió de modo sorprendente y pasmoso con la gran lluvia meteórica del 13 de noviembre de 1833.
Fue éste el más dilatado y admirable espectáculo de estrellas fugaces que se haya registrado, pues “¡sobre todos los Estados Unidos el firmamento entero estuvo entonces, durante horas seguidas, en conmoción ígnea! No ha ocurrido jamás en este país, desde el tiempo de los primeros colonos, un fenómeno celeste que despertara tan grande admiración entre unos, ni tanto terror ni alarma entre otros.” “Su sublimidad y terrible belleza quedan aún grabadas en el recuerdo de muchos. . . . Jamás cayó lluvia más tupida que ésa en que cayeron los meteoros hacia la tierra; al este, al oeste, al norte y al sur era lo mismo. En una palabra, todo el cielo parecía en conmoción. ... El espectáculo, tal como está descrito en el diario del profesor Silliman, fué visto por toda la América del Norte. . . . Desde las dos de la madrugada hasta la plena claridad del día, en un firmamento perfectamente sereno y sin nubes, todo el cielo estuvo constantemente surcado por una lluvia incesante de cuerpos que brillaban de modo deslumbrador.”—R. M. Devens, “American Progress; or, The Great Events of the Greatest C entur y” cap. 28, párrs. 1-5.
“En verdad, ninguna lengua podría describir el esplendor de tan hermoso espectáculo; . . . nadie que no lo haya presenciado puede formarse exacta idea de su esplendor. Parecía que todas las estrellas del cielo se hubiesen reunido en un punto cerca del cénit, y que fuesen lanzadas de allí, con la velocidad del rayo, en todas las direcciones del horizonte; y sin embargo no se agotaban: con toda rapidez seguíanse por miles unas tras otras, como si hubiesen sido creadas para el caso.” (F. Reed, en el Christian Advócate and Journal, 13 de dic, de 1833.) “Es imposible contemplar una imagen más exacta de la higuera que deja caer sus higos cuando es sacudida por un gran viento.”—“The Oíd Countryman,” en el Evening Advertiser de Portland, 26 de nov. De 1833.
En el Journal of Commerce de Nueva York del 14 de noviembre se publicó un largo artículo referente a este maravilloso fenómeno y en él se leía la siguiente declaración: “Supongo que ningún filósofo ni erudito ha referido o registrado jamás un suceso como el de ayer por la mañana. Hace mil ochocientos años un profeta lo predijo con toda exactitud, si entendemos que las estrellas que cayeron eran estrellas errantes o fugaces, . . . que es el único sentido verdadero y literal.”
Así se realizó la última de las señales de su venida acerca de las cuales Jesús había dicho a sus discípulos: “Cuando viereis todas estas cosas, sabed que está cercano, a las puertas.” (S. Mateo 24: 33.) Después de estas señales, Juan vió que el gran acontecimiento que debía seguir consistía en que el cielo desaparecía como un libro cuando es arrollado, mientras que la tierra era sacudida, las montañas y las islas eran movidas de sus lugares, y los impíos, aterrorizados, trataban de esconderse de la presencia del Hijo del hombre. (Apocalipsis 6: 12-17.)
Muchos de los que presenciaron la caída de las estrellas la consideraron como un anuncio del juicio venidero—“como un signo precursor espantoso, un presagio misericordioso, de aquel grande y terrible día.” (“The Oíd Countryman,” en el Evening Advertiser de Portland, 26 de nov. de 1833. )
Así fué dirigida la atención de la gente hacia el cumplimiento de la profecía, y muchos fueron inducidos a hacer caso del aviso del segundo advenimiento.
En 1840 otro notable cumplimiento de la profecía despertó interés general. Dos años antes, Josías Litch, uno de los principales ministros que predicaban el segundo advenimiento, publicó una explicación del capítulo noveno del Apocalipsis, que predecía la caída del imperio otomano. Según sus cálculos esa potencia sería derribada “en el año 1840 de J. C., durante el mes de agosto;” y pocos días antes de su cumplimiento escribió: “Admitiendo que el primer período de 150 años se haya cumplido exactamente antes de que Deacozes subiera al trono con permiso de los turcos, y que los 391 años y quince días comenzaran al terminar el primer período, terminarán el 11 de agosto de 1840, día en que puede anticiparse que el poder otomano en Constantinopla será quebrantado. Y esto es lo que creo que va a confirmarse.”—Josías Litch, en Signs of the Times, and Expositor of Prophecy, 19 de agosto de 1840.
En la fecha misma que había sido especificada, Turquía aceptó, por medio de sus embajadores, la protección de las potencias aliadas de Europa, y se puso así bajo la tutela de las naciones cristianas. El acontecimiento cumplió exactamente la predicción.
¿Por qué no creer? ¿Por qué no aceptar?
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